Cuando no estoy,
brotan y ruedan gotas de acero por mi cara,
del acero con que no te golpeé.
Cuando no estoy,
mi retrato baila a tu alrededor
se toma tus dedos frenéticos
y te los empequeñece hasta
cuando eras un feligres respetuoso,
atento,
fiel discípulo del miedo y la defensa;
y te refresca el olfato que te hacía prever
la necesidad de los brazos maternos,
el perdón de Juan El Bautista,
y las nariz de tu perro pulguento.
Anda,
sigue caminando creyendo que no estoy.