Susurrando voy llegando,
erocionando el polvo añoso que ha opacado mis tonalidades,
y matizo los volúmenes de mi susurro
porque debo ser muy preciso
cual artesano chamán,
hasta llegar a lo diminuto
y ahí tenderme en la pradera zen
para luego levantar los ojos
y reconocer a mi madre y mi padre
sonrientes, descansados y amorosos
poniendo el amarillo en el centro de mi corazón,
besando mi alma,
como dos mariposas leves.
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